A nadie le sorprenderá que los ecologistas hayan escogido a San Francisco de Asís como su santo patrón. En dos mil años de historia no ha ha habido en la Iglesia otro santo o creyente que haya amado tanto como él la madre tierra y todas las cosas creadas del universo. Por citar un ejemplo, baste decir que Francisco le tenía dicho a sus hermanos que cuando fuesen a cortar leña jamás arrancaran el árbol o arbusto de raíz, para que pudiera seguir viviendo. De sobra es conocido su amor por los pájaros, su admiración por las flores, y su delicadeza no sólo con todo lo que se mueve en este mundo, sino también incluso con los seres inanimados. San Francisco, sin embargo, no fue un ecologista en el verdadero sentido de la palabra, y voy a explicar por qué.
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Sabemos que el ecologismo actual nació en los años sesenta del siglo pasado, a partir de una nueva conciencia respecto al planeta que todos habitamos. El crecimiento demográfico, la generalización del uso de los motores de explosión a base de combustibles fósiles y la falta de control en los procesos de transformación de los productos industriales habían hecho irrespirable el aire de muchas ciudades y regiones, y algunas personas más sensibles empezaron a percibir el gran peligro que entrañaba la contaminación del planeta, nuestra casa común. Ecología deriva precisamente de la palabra griega "oikos", que significa casa.
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El problema se ha ido agravando con el tiempo, pues aquel proceso de crecimiento demográfico e industrial de los años sesenta sigue imparable y, aunque aún no esté demostrado del todo, muchos atribuyen a dicho fenómeno el cambio climático actual. La razón de ser principal del movimiento ecológico actual es, por tanto, salvar el planeta y sus equilibrios naturales de la continua agresión humana. Y se actúa, sobre todo, por aquel instinto innato de supervivencia que cada persona llevamos dentro.
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Si lo miramos desde ese punto de vista, Francisco de Asís no fue un ecologista. En su tiempo no existía la contaminación, ni había conciencia de cambio climático, ni la naturaleza estaba en peligro. Lo que a él le movía no era el espíritu de supervivencia personal o de la especie humana, sino algo más trascendente, como es la fe. Francisco era un hombre de fe profunda, con una fe de esas que mueven montañas. Creía en el Dios creador del que se habla continuamente en las Escrituras. Y no compartía, por supuesto, el pesimismo de las herejías cátaras que tanto éxito tenían en su tiempo entre la clase burguesa, a la que él pertenecía. Creían los cátaros en el dualismo maniqueo, según el cual Dios había creado las cosas espirituales, y una especie de anti-dios, el diablo, habría creado las cosas materiales. Las consecuencias de esta doctrina eran que que había que salvar el alma, que el cuerpo era una cárcel y un enemigo del espíritu, que había que abstenerse de comer carne , que todo lo material era despreciable...
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En contra de ese pesimismo, y plenamente de acuerdo con la fe católica, Francisco entendió las cosas de otro modo: Dios es bueno, es el creador de todo (lo material y lo espiritual), todo lo hizo bueno, hizo la creación y la puso toda en manos del hombre, su criatura más perfecta y amada... En realidad lo que Francisco hizo fue llevar a sus últimas consecuencias dicha doctrina. Su razonamiento era este: si el Dios que nos ha creado a nosotros ha creado también las cosas de este mundo, todo lo que existe a nuestro alrededor tiene un origen común con nosotros, y todas las criaturas son hermanos y hermanas nuestras, porque tenemos un mismo origen.
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Hay, sin embargo, otra razón no menos importante que justifica el gran amor de Francisco por las criaturas. Porque sabemos que Dios, según la Carta a los Hebreos, nos ha hablado a los hombres, es decir, se ha comunicado con nosotros, muchas veces y de muchas maneras desde los tiempos antiguos, antes de que el Verbo, su Hijo único, su Palabra eterna, se hiciera carne y plantara su tienda entre nosotros. Una forma de sus formas de hablarnos ha sido mediante la Escritura. Pero la Escritura, cuando quiere desvelarnos algo del misterio de Dios, recurre muchas veces a imágenes tomadas de la naturaleza. Pues bien, de acuerdo con eso, Francisco ama a las criaturas no sólo porque son sus hermanos y hermanas, sino también porque todas ellas, unas más que otras, le hablan de Dios y le recuerdan a su Hijo Jesucristo hecho hombre y muerto en la cruz por amor a nuestra pobre humanidad víctima del pecado.
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Sólo desde el amor a Cristo encarnado se puede comprender al amor de Francisco por las criaturas. Como cuentan sus biógrafos, cuando ayudaba a los gusanos a cruzar un camino para que nadie los pisara, lo hacía porque le recordaban a Cristo, de quien dice la Escritura: "Soy un gusano, no un hombre". Si se conmueve a la vista de un cordero en medio de un rebaño de cabras, es porque le recuerda a Cristo en medio a los escribas y fariseos en el sanedrí. Si camina con cuidado sobre las piedras, es porque recuerda que Cristo es la "piedra angular" del edificio de la Iglesia que formanos todos los bautizados. Y si alaba al Señor por el hermano sol, es porque éste lleva de él significación. Y así podríamos seguir con tantas otras criaturas animadas o inanimadas que forman parte de este maravilloso universo, que no es sino un reflejo de la gloria, del poder y de la bondad de Dios por nosotros. Sin olvidar también que, por encima de todo, Francisco amaba de manera especial a las personas humanas, por haber sido creadas "a imagen y semejanza" del creador..
¡Ojalá la humanidad entendiera esa gran diferencia entre la ecología moderna y el interés de Francisco por las criaturas! Pero, sobre todo, ¡ojalá aprendiera a ver el universo entero como lo que es: un conjunto de criaturas de Dios que nos hablan de sus perfecciones y de sus maravillas! Seguro que nos volveríamos mucho más respetuosos no sólo con el medio ambiente, sino también con nuestros hermanos los hombres, especialmente los pobres y enfermos, por ser los que más nos recuerdan a Cristo pobre y crucificado
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Sabemos que el ecologismo actual nació en los años sesenta del siglo pasado, a partir de una nueva conciencia respecto al planeta que todos habitamos. El crecimiento demográfico, la generalización del uso de los motores de explosión a base de combustibles fósiles y la falta de control en los procesos de transformación de los productos industriales habían hecho irrespirable el aire de muchas ciudades y regiones, y algunas personas más sensibles empezaron a percibir el gran peligro que entrañaba la contaminación del planeta, nuestra casa común. Ecología deriva precisamente de la palabra griega "oikos", que significa casa.
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El problema se ha ido agravando con el tiempo, pues aquel proceso de crecimiento demográfico e industrial de los años sesenta sigue imparable y, aunque aún no esté demostrado del todo, muchos atribuyen a dicho fenómeno el cambio climático actual. La razón de ser principal del movimiento ecológico actual es, por tanto, salvar el planeta y sus equilibrios naturales de la continua agresión humana. Y se actúa, sobre todo, por aquel instinto innato de supervivencia que cada persona llevamos dentro.
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Si lo miramos desde ese punto de vista, Francisco de Asís no fue un ecologista. En su tiempo no existía la contaminación, ni había conciencia de cambio climático, ni la naturaleza estaba en peligro. Lo que a él le movía no era el espíritu de supervivencia personal o de la especie humana, sino algo más trascendente, como es la fe. Francisco era un hombre de fe profunda, con una fe de esas que mueven montañas. Creía en el Dios creador del que se habla continuamente en las Escrituras. Y no compartía, por supuesto, el pesimismo de las herejías cátaras que tanto éxito tenían en su tiempo entre la clase burguesa, a la que él pertenecía. Creían los cátaros en el dualismo maniqueo, según el cual Dios había creado las cosas espirituales, y una especie de anti-dios, el diablo, habría creado las cosas materiales. Las consecuencias de esta doctrina eran que que había que salvar el alma, que el cuerpo era una cárcel y un enemigo del espíritu, que había que abstenerse de comer carne , que todo lo material era despreciable...
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En contra de ese pesimismo, y plenamente de acuerdo con la fe católica, Francisco entendió las cosas de otro modo: Dios es bueno, es el creador de todo (lo material y lo espiritual), todo lo hizo bueno, hizo la creación y la puso toda en manos del hombre, su criatura más perfecta y amada... En realidad lo que Francisco hizo fue llevar a sus últimas consecuencias dicha doctrina. Su razonamiento era este: si el Dios que nos ha creado a nosotros ha creado también las cosas de este mundo, todo lo que existe a nuestro alrededor tiene un origen común con nosotros, y todas las criaturas son hermanos y hermanas nuestras, porque tenemos un mismo origen.
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Hay, sin embargo, otra razón no menos importante que justifica el gran amor de Francisco por las criaturas. Porque sabemos que Dios, según la Carta a los Hebreos, nos ha hablado a los hombres, es decir, se ha comunicado con nosotros, muchas veces y de muchas maneras desde los tiempos antiguos, antes de que el Verbo, su Hijo único, su Palabra eterna, se hiciera carne y plantara su tienda entre nosotros. Una forma de sus formas de hablarnos ha sido mediante la Escritura. Pero la Escritura, cuando quiere desvelarnos algo del misterio de Dios, recurre muchas veces a imágenes tomadas de la naturaleza. Pues bien, de acuerdo con eso, Francisco ama a las criaturas no sólo porque son sus hermanos y hermanas, sino también porque todas ellas, unas más que otras, le hablan de Dios y le recuerdan a su Hijo Jesucristo hecho hombre y muerto en la cruz por amor a nuestra pobre humanidad víctima del pecado.
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Sólo desde el amor a Cristo encarnado se puede comprender al amor de Francisco por las criaturas. Como cuentan sus biógrafos, cuando ayudaba a los gusanos a cruzar un camino para que nadie los pisara, lo hacía porque le recordaban a Cristo, de quien dice la Escritura: "Soy un gusano, no un hombre". Si se conmueve a la vista de un cordero en medio de un rebaño de cabras, es porque le recuerda a Cristo en medio a los escribas y fariseos en el sanedrí. Si camina con cuidado sobre las piedras, es porque recuerda que Cristo es la "piedra angular" del edificio de la Iglesia que formanos todos los bautizados. Y si alaba al Señor por el hermano sol, es porque éste lleva de él significación. Y así podríamos seguir con tantas otras criaturas animadas o inanimadas que forman parte de este maravilloso universo, que no es sino un reflejo de la gloria, del poder y de la bondad de Dios por nosotros. Sin olvidar también que, por encima de todo, Francisco amaba de manera especial a las personas humanas, por haber sido creadas "a imagen y semejanza" del creador..
¡Ojalá la humanidad entendiera esa gran diferencia entre la ecología moderna y el interés de Francisco por las criaturas! Pero, sobre todo, ¡ojalá aprendiera a ver el universo entero como lo que es: un conjunto de criaturas de Dios que nos hablan de sus perfecciones y de sus maravillas! Seguro que nos volveríamos mucho más respetuosos no sólo con el medio ambiente, sino también con nuestros hermanos los hombres, especialmente los pobres y enfermos, por ser los que más nos recuerdan a Cristo pobre y crucificado