lunes, 17 de noviembre de 2008

san francisco de asis

Era más ambicioso que su padre Pedro Bernardone, de quien aprendió el arte del comercio. Un joven agresivo, como se diría hoy, que aspiraba a triunfar en el mundo, a ser rico, famoso y poderoso. Cualidades y medios no le faltaban; por eso intentó lograr sus objetivos por el camino de las armas y la violencia.
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Su carrera militar quedó truncada, sin embargo, no sólo por su inestable salud física, sino, sobre todo, porque alguien le salió al encuentro en el camino, para mostrarle un camino mejor. Hablamos, por supuesto, de Francisco de Asís, el joven que, incluso después de su conversión, siguió siendo ambicioso y voluntarista; porque se puede cambiar de objetivos, pero no de caracter.
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El caso es que Francisco mantuvo siempre altos sus ideales, y lo mismo que de joven soñaba con ser el más grande príncipe, el más rico y el más famoso, después de su conversión lo vemos aspirando a ser "el menor, el último y el servidor de todos". ¿Por qué? Porque entendió bien aquellas palabras de Jesús en el Evangelio, cuando dice: "Quien quiera ser el primero, se haga el último y el servidor de todos".
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Es la paradoja del evangelio: hacerse el último para ser el primero, hacerse pobre para ser rico en el reino de los cielos, vender todo lo que se tiene para comprar la perla de valor incalculable o el campo que esconde un gran tesoro. Francisco entendió que el Señor le proponía un gran negocio y él, como buen comerciante, se arriesgó, lo dejó todo para tenerlo todo; se hizo "menor" para ser el más grande. Y bien que lo consiguió. No le fue fácil, es cierto, tuvo que enfrentarse primero a su padre y a sus paisanos, incapaces de comprender la novedad del Evangelio; tuvo que hacerse violencia para aceptar a los leprosos y vivir como un pobre harapiento; tuvo que defender su ideal frente a algunos hermanos suyos incapaces también de entender la radicalidad del mismo; y, sobre todo, tuvo que vencerse a sí mismo, sus ansias de dominar y de imponerse sobre los demás; pero al final lo consiguió. Por eso hoy Francisco, después de ocho siglos, sigue siendo uno de los hombres más queridos, más admirados, imitados e influyentes del mundo entero, no sólo entre católicos, sino también entre los demás cristianos e incluso agnósticos y ateos.
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No hay duda de que la vida y el testimonio de Francisco de Asís son la mejor prueba de que el Evangelio de Jesucristo no es, como algunos dicen, una utopía, es decir, algo que no existe en "ningún lugar" (eso significa utopía), sino algo que se puede vivir y practicar, y que además funciona. Lástima que, como dijo Jesús: "estrecha es la senda, y son pocos los que dan con ella"; pero ya se sabe que el Señor se complace en manifestar sus secretos a los pobres, sencillos y humildes de corazón, y el secreto de Francisco está precisamente en eso.
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Quiera Dios que este sencilla reflexión mía sirva para que algún joven ambicioso y agresivo entienda y descubra dónde se encierra la verdadera riqueza, el verdadero éxito y el verdadero poder, y sea capaz de venderlo todo para comprar esa perla y ese campo con los que podría realizar sus sueños de gloria y de grandeza.
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Paz y bien.